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Calavera Infernal

...el automóvil, pero se quedó observando desde la esquina, con el teléfono móvil en la mano y el número de la policía marcado.
Los dos se encararon en un callejón del que Leire sólo veía la entrada. No mediaron palabras, no hacía falta decir absolutamente nada.
Las navajas brillaban sepulcralmente bajo esa luna de silencio, bailaron con las armas en las manos intentando herir a destajo, primero sin acercarse demasiado, lanzaban golpes afilados por doquier, sin tocarse, sin rozarse apenas. Los gatos corrieron a refugiarse en los contenedores del restaurante, un olor fétido cargaba el ambiente, pescado podrido que hacía aún más insoportable la idea de respirar ese aire infestado de miedo.

Leire, desde su posición, sólo veía sombras que se movían rítmicamente proyectadas en el suelo y en la pared, siniestras sombras de la China, que significaban un teatro no soñado, un sudor viejo en el cuerpo de Mario que reconocía la escena como recién vivida. Poco a poco se fue acercando con el teléfono bien apretado en la mano, sus pasos lentos se resistían a seguir caminando.
Cuando llegó al callejón, tuvo que actuar con rapidez, Mario era sostenido por la espalda, las navajas habían caído al suelo, y su contrincante trataba de alcanzar una de ellas cuando Leire se agachó y le pasó a Mario la que tenía a sus pies, una hermosa navaja de filo de acero, con virguerías finamente labradas y mango de madera de caoba bien trabajada. Mario consiguió zafarse y pinchar a su contrincante en el estómago, a la vez que éste le dibujaba un rápido corte en el brazo. Ambos cayeron al suelo, rostro contra rostro, Mario estaba perfectamente consciente, pero la imagen que tenía enfrente era la de un agonizante, la sangre le manaba de la boca como una fuente siniestra, los ojos abiertos y perdidos en una lejanía difusa. Las manos apretadas contra el vientre dejaron de temblar cuando exhaló un último suspiro.
Leire abrazó a Mario y le buscó la herida, colocó su foulard de torniquete y se lo llevó rápidamente al hospital, en donde sería curado por algún colega sin que la cosa levantara sospechas. Allí quedó el cuerpo muerto de un chulo cualquiera, al que, seguramente, habrían pinchado en un ajuste de cuentas, nada que investigar, papeleo del de todos los días.

Leire y Mario salieron del hospital a las tantas de la mañana, no sin antes agradecer varias veces al personal de las instalaciones las gracias por haber curado a Mario y no haber hecho preguntas... Salieron con cierta prisa y desaparecieron en el coche, como si hubiera sido un mal sueño... En el transcurso del viaje del hospital a casa; la tensión se "mascaba" en el ambiente... No hubo ningún tipo de palabra, ni de reproche... ¡¡¡Nada de Nada!!! Sólo podía presagiarse una sola idea: "La tormenta iba a estallar en cualquier momento"... No habían terminado de entrar en casa, Mario dijo un: ¿¿¿Dónde has escondido mis cosas??? y ¡¡¡Zasss!!! La guerra estalló en toda su amplia gama y extensión de reproches y de "puñaladas verbales"... El resultado fue que Mario durmió en su despacho y Leire en el dormitorio.

El lugar donde habían transcurrido los hechos estaba muy concurrido de gente y curiosos, pero sobresalía entre ellos una mujer con aire de turista despistada, que disimuladamente había visto como se había desarrollado la pelea... Los policías le tomaron declaración, pero entre sus pocas ganas de hablar y el dialecto yanqui de los bosques de EE.UU., hicieron perder la paciencia de los policías; que tenían prisa por terminar el turno...

El lunes en el hospital Leire recibió una noticia francamente desagradable e inesperada. Había sido llamada al despacho del director, para decirle con buenas palabras que estaba despedida, por unos informes que le habían...

(continúa)

2 comentarios

Jimul -

Aaaaaaaaaaaamiga, es que somos unos liantes. Estoy por hacer una sesión de apuestas, sobre cómo va a terminar. Jejejjeje

white -

cómo se va liando la vida y todo empezó por una ruptura...