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Calavera Infernal

Nofret

Lo prometido es deuda....

Lo prometido es deuda.... Shhhh.... No digan nada, le había prometido a Jimul una foto en topless, pero ésta es la más reciente que tengo! (igual, no he cambiado mucho en ese aspecto...) :P

Menudo Cuento

Menudo Cuento Esta Momia está juguetona últimamente y desea que le contemos la continuación de los cuentos de toda la vida... Vamos que se haga un seguimiento de aquellas historias. Yo, voy a comenzar con una, que como ya la tenía hecha (jejejejjejje)... Se titula:

El Gran Constructor Cuentil:

Y cuentan, que el Lobo Joe (destructor de las casas de los cerditos) harto ya de ser un marginado social, y sólo trabajar como matón a sueldo; decidió invertir la fortuna de su primo-hermano Primitivo (lobo muerto por la Banda Roja de la Sra. Caperucita, pero eso es otro cuento) en los terrenos adyacentes a la casa de los cerditos. Y tras pagarle una borrachera a los cerditos, se hizo con los planos de la última casa, montando una constructora llamada “Pingüe Dentellada” y en poco tiempo tiempo fue un admirado y distinguido constructor de la comunidad Cuentil.

A pedido...

A pedido... A pedido del jefe, y por haberle vendido ya mi alma, cumplo con subir una imagen por si a alguien le despierta alguna musa y gusta escribir algo inspirado en ella. ;)

Dos angelitos

Dos angelitos Una vez tuve un sueño extraño. Fue muy vívido, pero lo recuerdo tan lejano que siento como si hubiera sido en otra vida. Durante muchos años lo había borrado por completo de mi memoria, pero ahora ha vuelto y no puedo sacármelo de la cabeza.
Vos y yo éramos dos angelitos en el cielo ¡Ja! ¡Qué tontería! Estábamos en una fila larguísima, en la que miles de angelitos como nosotras esperaban también. Sin embargo, avanzaba rápido. Recuerdo que a vos te tocó antes que a mí. Nos dijeron que seríamos niñas, y que nuestra sangre se mezclaba en algún punto del pasado. Una forma un poco rebuscada de decir que seríamos de la familia (nada era muy claro en ese lugar). Así que, antes de que bajaras, nos detuvimos un minuto a charlar. También nos habían dado un papelito doblado, que teníamos terminantemente prohibido mirar. Yo, obediente, hice lo que debía: guardé mi papel en el bolsillo del camisón y ni pensé en verlo, hasta que noté que vos lo estabas desdoblando.
-Yo lo miro- dijiste, encogiéndote de hombros.
-¡Pero eso no es lo que hay que hacer! Tenemos que entregárselo cerrado a la señora de negro que está en... - pero no me dejaste terminar y ya habías abierto tu papel. Te quedaste sorprendida al principio, después te reíste:
-¡Ah, bueno! Siendo así... ¡Menos mal que lo abrí!- y tus ojos brillaron de forma extraña. Entonces no aguanté la tentación y abrí el mío. Vos viste mi papel y yo el tuyo. Y nos miramos. Yo no sé qué cara habré puesto, pero la tuya me quedó grabada: no era de enojo ni mucho menos, era tu expresión pícara y despreocupada de siempre. Era evidente que sabías qué hacer.
En eso estábamos, cuando un señor de barba blanca se nos acercó muy enojado. Nos dijo que, apenas tocáramos la tierra, debíamos olvidar lo que habíamos leído. Pero vos me miraste de reojo y supe que no tenías la menor intención de hacerle caso.
Y te tiraste para abajo.
-¡Nos vemos!- me gritaste ya en el aire. No esperaste el transporte que debía bajarnos, te tiraste en caída libre y revoloteaste un buen rato usando tus enormes alas, dejándote llevar por el viento y haciendo cabriolas. Flotabas entre las nubes ligera como una pluma, riéndote y disfrutando a pleno del viaje. Yo sacudí la cabeza. No se suponía que bajáramos así. Esperé mi transporte con las alitas bien plegadas y bajé como dios manda.
Ahora que te has ido, este sueño ha vuelto a mi memoria y puedo ver todo con claridad, especialmente lo que estaba escrito en tu papel. Sólo era un número: treinta y cinco.
Y el mío... el mío... si yo también me hubiera acordado de él... si no lo hubiera olvidado todo apenas toqué la tierra... .

PROPUESTA LÚDICA

PROPUESTA LÚDICA INSTRUCCIONES PARA RASCARSE EL CORAZÓN...
Hay corazones grandes, pequeños, medianos, los hay inexistentes, sin forma definida ni latido homogéneo. Hay corazones que no pican nunca quizá porque ni siquiera saben que sienten. Llevo más de 30 años intentando rascarme un corazón que cambia de ubicación de forma repentina. Unas veces el picor es tan tremendo que no puedo dormir, me impide concentrarme y me aísla un poco más. Introduzco mis uñas a través de la piel, en el centro del pecho, un poco hacia la izquierda, a veces me hago hasta heridas, pero al menos cesa el prurito. Otras veces no funciona este truco, o me coge con las uñas recién cortadas y no hay manera de rascarse. Es en esos momentos cuando pienso en mi madre. Recuerdo que ella sabía rascar los corazones como nadie…Cuando picaba por una pesadilla, cuando picaba ante la primera desilusión, ante el desamor adolescente…Ella sí sabía de rascar corazones…Y sólo tenía que abrazarme para que desapareciera esa sensación tan desagradable.

Aunque a veces, el picor es tan grande que el recuerdo de mi madre se queda insignificante ante la magnitud de la picazón. Un prurito que, más que molestar, duele. Entonces, encierro mi corazón al vacío (venden unos tapper que van muy bien para ello. Claro, depende del tamaño de su corazón, el mío cabe en uno mediano), lo congelo durante un tiempo variable y cuando lo descongelo vuelve a estar preparado para ser rascado otra vez.

Un día muy importante (yo y mis juegos...)

Un día muy importante (yo y mis juegos...) Valeria se fue a la cama más tarde que de costumbre ese día. Sin embargo, no conseguía conciliar el sueño. Su jefe le había prometido un importante ascenso si lograba cerrar el trato con los japoneses en la compra de los terrenos a su cargo. Y mañana era el gran día. Ya tenía todo planeado, cómo iniciaría la charla, debería sonar serena y relajada. Luego, sutilmente se aseguraría de mostrarles a los extranjeros todas los beneficios que el negocio les acarrearía. Y finalmente, pactaría el precio. De eso dependía todo, de que lograra un buen precio.
Valeria estaba casi segura de que lograría cerrar un buen negocio y, aunque no quería hacer planes aún, no podía evitarlo y por momentos su mente divagaba imaginando lo que sería su vida como vicedirectora de la sucursal más importante de la empresa. No había sido pura suerte, si bien un tío bien posicionado le había conseguido el empleo once años atrás. Había estudiado administración de empresas durante ocho años, se había graduado con honores gracias a todos esos años de estudios ininterrumpidos, sin permitirse distracciones que la alejaran de su objetivo. Había hecho cursos de post grado hasta llenar un largo currículum vitae que le había permitido, finalmente, estar a los treinta y ocho años a punto de convertirse en vicedirectora de una de las empresas más importantes de la región. Valeria se hallaba con su autoestima por las nubes. No podía dejar de felicitarse a sí misma por todos esos años de duro trabajo y por su férrea voluntad. Ya habría tiempo luego para formar una familia y todo eso que tan sin cuidado la había tenido hasta ahora. Ya lo había hablado con su novio, y ambos estaban de acuerdo en esperar a lograr el mayor éxito posible en sus carreras antes de casarse. Valeria sabía que tal vez ya no le quedaba mucho tiempo para niños, pero ni ella ni su novio tenían objeción a la adopción. Y, con su situación económico-laboral, sabía que no tendrían problema en conseguir un bebé tan rápido como quisieran.
Todos los detalles del trato con los japoneses ya estaban tan pulidos que no había absolutamente más nada que pensar, así que Valeria decidió ocuparse de cosas menos importantes, y algo más gratificantes, como la ropa que usaría al día siguiente. Con los ojos abiertos como dos huevos, y sin el menor atisbo de sueño, se levantó de la cama. No, la falda marfil era algo corta, la azul marino le daría un aspecto más serio, y combinaba perfectamente con la camisa blanca que había lavado y planchado tan cuidadosamente. Se dirigió al ropero, sacó la falda azul y la llevó a la cocina para plancharla. Mientras repasaba cuidadosamente la fina tela, no pudo evitar una sonrisa: seguramente, sería una de las últimas veces que se ocuparía de las tareas de la casa. En cuanto recibiera su primer sueldo de vicedirectora, contrataría una empleada para tales menesteres.
Pero no podía sacarse de la cabeza a los condenados chinos... o japoneses, lo que fuera. Le preocupaba que el traductor no cumpliera bien con su trabajo. Había hablado con él reiterándole hasta hartarlo la importancia de traducir sus palabras con la mayor exactitud posible. Sintió el impulso de un llamado nocturno a Enrique, su novio, para una última conversación antes de su gran día. Miró el reloj: las dos y cuarenta de la mañana. No, no podía ser tan pesada, lo llamaría al día siguiente, cuando ya todo estuviera arreglado. Un escalofrío recorrió su espalda ¿y si salía mal?¿Y si los japoneses no aceptaban el trato? Valeria sacudió la cabeza, y oyó un ligero cric en su cuello. Tenía que relajarse un poco. Llenó la bañera con agua bien caliente y se sumergió, sintiendo todo su cuerpo aflojarse como una gelatina. El suave temblor de sus manos desapareció y, finalmente, se sintió lista para dormir lo poco que le quedaba de noche. Su cuerpo se acomodó en las sábanas de raso y, a los pocos minutos, cayó en un profundo sueño.
El despertador no fue necesario, Valeria ya estaba despierta media hora antes de que sonara. Luego de repasar por vigésima vez todos los papeles y documentos y acomodarlos en su portafolios, se tomó una hora para maquillarse cuidadosamente, acomodar su cabello y vestirse, decidiéndose finalmente por la falda marfil (nada le quedaba mejor). El teléfono sonó justo cuando se disponía a salir.
-Hola, Vale ¿ya vas a ver a los ponjas?- sonó la voz de Enrique en el teléfono.
-Estaba saliendo... - respondió algo nerviosa, lo último que quería era llegar tarde.
-¡Ah!, bueno, ¿salimos a cenar esta noche?
-No sé, esperá, dejame ver cómo sale todo... - su novio había logrado ponerla más nerviosa de lo que ya estaba. Él lo captó enseguida y la dejó en paz con su estrés.
-Bueno, después llamame, beso, chau.
Valeria se subió a su auto y manejó lo más aprisa que pudo hasta el lugar; a pesar de todos los recaudos tomados, iba quince minutos retrasada.
Por fin llegó al sitio acordado, y le volvió el alma al cuerpo al ver que los extranjeros aún no habían llegado, pero reconoció enseguida el auto de Juan, el traductor.
-Ya creía que no llegabas... - le dijo el hombre sin enfado. Eran buenos compañeros.
-Sí, no sé qué hice, se me pasó la hora...
-Mirá, me parece que allá vienen...
Un brillante Mercedes estacionó cerca de ellos, y de él bajaron cuatro japoneses vestidos de impecables trajes y tan acicalados que, uno de ellos, hasta logró impactar a Valeria en una forma que no lo hubiera imaginado.
-No está mal el ponja.... pensó risueña, pero enseguida sus instintos desaparecieron, dejándola nuevamente presa de sus bien disimulados nervios crispados.
Luego de los correspondientes saludos, se dirigieron a los terrenos y Valeria comenzó, con su más segura y agradable expresión, a dar el discurso introductorio, mientras Juan traducía en las pausas, cuidadosamente estudiadas.
Bastante molesta, Valeria notó de pronto que uno de los extranjeros no le estaba prestando la menor atención, en vez, miraba hacia el cielo como un idiota. El tipo seguía mirando, y dijo algo en japonés a uno de sus compañeros, que también se puso a mirar para arriba.
-¿Qué dice?- preguntó exasperada Valeria a Juan por lo bajo- ¡No me están dando ni bola!¡Estos chinos son más raros que....

Al día siguiente, un pequeño titular en el diario, en la sección de curiosidades, informaba la caída de un aerolito de enormes dimensiones en unos terrenos vacíos.
Tres días después, un titular en primera plana anunciaba que los cuerpos de cuatro extranjeros y dos empresarios locales, que eran intensamente buscados desde hacía dos días, habían sido hallados bajo el aerolito.

La elefanta Pelusa

La elefanta Pelusa Este texto está inspirado en la foto del juego de imágenes propuesto por Jimul. (No se me ocurrió nada con el chocolate Milka, es que la imaginación no me da para tanto!)
Ahí va:

La elefanta Pelusa

La elefanta Pelusa tiene más de cincuenta años, vive en el zoológico de mi ciudad y ha estado ahí desde que puedo recordar. Nunca la vi con un cartel de chocolates, pero su número para entretener a los visitantes variaba todos los días. Un día le quitaba la cartera a una señora descuidada y la estiraba como un chicle, otro nos mostraba cómo podía elongar un neumático hasta el doble de su largo con la fuerza de un coloso, pero lo que más disfrutábamos los niños, era llenar su trompa con comida. Y ella no se hacía rogar, apenas algunos visitantes se acercaban a su corral, comenzaba a pasear su trompa como una mano enfrente de todos, juntaba lo que le dábamos y se lo llevaba a la boca, lo que para mí era increíblemente sorprendente. Me llevó años entender que la trompa era la nariz y no la boca. A Pelusa también la alimentó mi madre de niña, y muchas veces me he preguntado qué tan cierto es eso de la memoria prodigiosa de los elefantes ¿Se acordará de mi madre niña? ¿Me reconocerá a mí ahora? Y más atrás aún ¿Se acordará de África? ¿Sabrá Pelusa que, a su edad, ya debería ser la matriarca de un grupo de hembras viajando por las sabanas africanas? ¿Recordará su manada?
Ahora, después de medio siglo, finalmente se han dado cuenta que un elefante no puede comer pan ni galletitas, y han colocado un segundo cerco para que la gente no pueda alimentarla. Pero Pelusa no lo sabe, y continúa paseando su trompa pidiendo comida, aunque ya no puede alcanzarnos. A veces me fijo en su ojo rojo y extraño, que apunta hacia mí como un cíclope. Y vuelvo a preguntarle en silencio ¿Te acuerdas de mí, Pelusa? ¿Te acuerdas de una niña parecida a mí, hace medio siglo? ¿Te acuerdas de África?
Pelusa pestañea y sus pestañas son tan largas que le cubren todo el ojo, que se clava rojo en los míos. Intento leer en él, pero tal vez me equivoque. Porque la última vez que miré, creí ver un tigre y un guerrero zulú brillando en su ojo rojo, a una niña parecida a mí, usando un vestidito de los años cincuenta, y a otra que era yo, con el brazo estirado, alargándole uno de los panes que mi abuela guardaba en la cocina.

Cómo me veo

Cómo me veo Este es otro ejercicio del mismo taller. Como el título lo dice, consiste en hacer una pequeña composición sobre cómo nos vemos a nosotros mismos. (no hace falta que sean tan delirantes como lo que se me ocurrió a mí!) :P
Ésto es lo que yo escribí:

Cómo me veo

Me veo como alguien de otra era, de otros tiempos. Lejos quedó el cotidiano trajín del siglo veinte. Ya no pertenezco a él, menos aún a este veintiuno que, para mí, nunca llegó. Yo vivo en un tiempo remoto, árido, feroz, donde la vida y la muerte se entremezclan con naturalidad, donde cada día puede ser el último, donde sólo hay que sobrevivir, seguir respirando lo más que se pueda. Oscuridad y violencia. Muerte y honor. Palabras extrañas para los modernos, palabras del tiempo en que yo vivo. Hasta mi pelo, que dejo crecer enmarañado y salvaje, se va alejando de este mundo al que ya no pertenezco, al que, tal vez, nunca pertenecí. Sólo fue un sueño, soñé con nacer en el siglo veinte. Soñé con vivir en la civilización. Pero ya estoy despierta, las flechas vuelan sobre mi cabeza, y cabezas jóvenes caen decapitadas a mis pies. Y sé que seré la próxima en cualquier momento. No hay cómo volver al presente, porque nunca estuve ahí. Fue sólo un sueño.
Ya toda mi casa ha caído, los míos han muerto. Tengo que tratar de esconderme, pueden venir por mí de un momento a otro y ya no puedo pelear. Sé que no lo lograré. Finalmente me hallarán y mi cabeza rodará también.
Qué intensas brillaban las luces del siglo veinte, qué bello sueño soñé, lástima que duró tan poco, lástima que ya me desperté y....
Acaba de alcanzarme otro flechazo, ya no tengo fuerzas, me queda poca sangre, pero debo intentar escapar... adiós.

No sé si alguien gustará participar...

No sé si alguien gustará participar... Es un pequeño ejercico que hice el el taller literario de una amiga, aunque ya no está en atra, algunos la recordarán como Ximena.
Consiste en escribir un pequeño texto o poema o reflexión basándose en la imagen.
Hubo quienes vieron algo romántico, otros algo trágico, violencia, amor, odio, etc. A ver si alguien gusta participar, tengo otras imágenes para subir. Si no, pues ésto es lo que me inspiró a mí:

Al aproximarse la noche, la muchacha rezó, como siempre, una larga oración a la virgen de yeso, de mirada benévola y maternal. Como siempre, le rogó que la librara de la pesadilla. Como siempre, nadie la escuchó.
Nadie escuchó tampoco sus lamentos, nadie vio sus manos contra la ventana, aferrándose, intentando un escape más mental que físico. No podía escapar, y el hombre volvía cada noche a tomarla como a un animal, humillándola, llenándola de tanto odio que, por momentos, parecía salirse de ella e inundar la habitación...

Laika, la perra sonriente

Laika, la perra sonriente Ésta es Laika, la perra sonriente de mi abuela. La recuerdo cuando yo era muy niña, con su sonrisa de oreja a oreja cada vez que llegábamos. La foto está algo borrosa, como su recuerdo. Una perra negra y rolliza que, aunque era más bien pequeña, a mí me parecía un gran danés!
Mi madre, mi abuela y yo, salíamos con ella todas las noches de verano después de cenar (cosa que se podía hacer sin temor por aquellos tiempos) a dar una vuelta a la manzana. La calma silenciosa de aquellas noches sólo era matizada por algún grillo, o por el viento estival moviendo las enormes copas de los árboles, casi ningún auto pasaba. Pero Laika siempre encontraba algún motivo para asustarse: una sombra, un árbol, la luna, cualquier cosa era suficiente para que entrara en pánico y saliera disparada como alma que lleva el diablo hacia la casa. Yo no perdía tiempo y salía corriendo detrás de ella, ligera como el viento, tratando de probar cuál de las dos era más rápida.
Laika es uno de esos recuerdos lejanos, tan antiguos que hay que esforzar la memoria para traerlos de vuelta. A mí me encanta recordar, y cuanto más lejos logro ir, mejor. Mis viajes por el túnel del tiempo son lo que más disfruto, y las fotos (así como la música), son mis pasaportes a esos lugares remotos, por eso las cuido como oro, y se las muestro a mis amigos: ustedes.

¿Verdad que es bonito?

¿Verdad que es bonito? También lo uso para modelo de fotografía, es que es muy fotogénico!
Esta foto la tomé con una mano mientras me aterrizaba en la otra. (No todas pueden decir que tienen a su novio en la mano!) :P

(Te advertí que iba a ser un desastre, Jimul....) :P

Entréeee!

Entréeee! Luego de varios intentos lo logré! Ahora, para presentarme en sociedad, nada mejor que hacerlo junto a mi novio Ave César!
(llevamos diez años juntos, la cosa va en serio!) :P
PD: esta foto tiene como ocho años, ahora ya los dos estamos algo más viejecillos...