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Calavera Infernal

Shenka

Pechos de lluvia

Pechos de lluvia Tus pechos son de lluvia,
me decía un amigo poeta.
Como es normal mi curiosidad
quedó impactada por tal comparación,
y me acerqué a él.
"Sí, desde aquí percibo tus aromas...
Déjame que mire ahora".
Entonces, como este mundo de los artisteros
es liberal y todo es de todos,
mostré orgullosa mis pechos a aquel caballero.
¡¡Doy fe de que seguro que más de una
tormenta habrán causado!!, decía anonadado.
Ay, lo que son las palabras en el ego femenino.
Como mujer me dejaba acariciar por ellas,
y él acaraciciaba, vaya que sí.
"Y tu manantial es de fresco jugo",
mientras, avezado, ya introducía la mano.
Yo encantada con aquellos versos,
volaba entre nubes de ego abierto,
pero de par en par, porque él ya
entraba y salía, en el agujero.
Más que mujer, era sirena,
y más que eso: princesa.
Luego muté a paloma,
gacela y pantera.
Mientras me embestía,
más versos salían de sus labios,
sólo que esta vez más marranos.
Mi ego crecía desmesurado, él,
que si te la meto por el ano.
Ahí le miré un poco extrañada, no crean,
pero después de ser sirena...
un par de vueltas no cuentan.
Y así yacimos como perros,
el poeta amante y mi ego abierto.
¡Qué grandes son los poetas,
que encandilan el orgullo
mientras te dan por el culo!

Experiencias

Experiencias Nota: A petición de la autora, he vuelto a poner el texto publicado el 3 de junio pasado, remodelado y corregido por ella misma. Gracias.

"Las experiencias son lo que nos hace como personas." Nunca olvidaré esa frase.
Estaba en Chueca, en una discoteca de ambiente. Mi amigo gay se quejaba de que nunca salíamos de marcha por su zona, así que accedimos.
Entramos en una discoteca de dos plantas con variedad de música, en la de abajo electrónica y arriba pachangueo, como cualquier bar.
Yo no sé si es que íbamos muy locos con eso de salir por una zona tan desenfrenada, o que me sentía feliz de ver a todos juntos de nuevo, pero me llovían los cubatas. Entre mis amigos que invitaban, las rondas iban pasando.
Bailé como nunca, me divertí mucho. Me sentía libre, contenta. No conocía a nadie excepto mi grupo, así que poco me importaba el jaleo que hiciésemos bailando.
Bueno, como buena mujer, llega un momento en que el líquido contenido de los cubatas se impone y hay que ir al baño. Se me olvidó completamente decir que me iba a alguna de mis amigas, bah, si no se iban a mover de ahí… Así que me fui abriendo paso hasta el baño.
Buff, estaba tan lleno de gente, que decidí irme al de la planta de abajo. Qué mareo de escaleras, nunca había pensado lo peligrosas que parecen las condenadas.
Llegué por fin al baño, y estaba vacío por suerte. Sólo una persona delante mía y podría pasar.
Pasa mi compañera de espera. La otra puerta contigua se entreabrió un poco…

Curiosa. Mira que soy curiosona. ¿Qué me hizo mirar? No lo sé, pero mis ojos se perdieron por el interior de aquel baño.

Unas manos subían y bajaban por un cuerpo lleno de curvas candentes. Escuché un gemido… lo que me hizo acercarme instintivamente un poco más. La puerta se entreabrió más, y puede ver a una chica que me miraba mientras era tocada por otra. El corte fue tal que retiré la mirada.

“¡Cuánto tarda la de la otra puerta! Podría salir ya”, pensaba muerta de vergüenza. Quería entrar al baño y largarme, “qué cosas más extrañas pasan aquí.”

Otro gemido me hizo volver a mirar. Esa chica me clavaba los ojos mientras la otra la acariciaba. Mi cuerpo estaba totalmente encendido, roja de vergüenza.

Y ella, sonreía. Parecía estar contenta de tener una sorprendida voyeur enfrente. Me miraba cada vez más fijamente, sonriendo perversa, mientras su compinche de juegos conseguía acelerar los gemidos a base de acariciarla.

Por fin salió la pesada del otro baño, y me metí corriendo, con el corazón acelerado. No podía dejar de pensar en lo que estaba ocurriendo al lado… no sé si fue por culpa del alcohol que llevaba en mi sangre, pero un estado floreciente de excitación comenzó en mí. Las oía… gimiendo de vez en cuando, escuchando sus respiraciones, sus movimientos… ¿Qué me estaba pasando?

Cuando acabé de eliminar parte del alcohol acumulado, respiré hondo. Me sentía nerviosa. Decidí salir rápidamente y alejarme de aquel lugar.
Me coloqué la ropa lo mejor que pude, me arreglé coquetamente, y abrí la puerta decidida a salir.

Pero al abrir, unas manos se colaron en la puerta, impidiéndome pasar. Por el contrario, pasaron ellas y otras dos más.
Vaya, tenía a la morbosa de mirada perversa y a su compañera dentro del baño.
No sabía qué hacer, entre el mareo que tenía, y lo nerviosa que estaba…

Cerraron el pestillo. Empezaron a tocarse delante de mí. La morbosa, con una sonrisa de triunfo, me espetó: “¿qué pasa, que te gusta mirarnos? Pues mira si quieres” y le dio un beso a su compañera.

Atónita, intenté abrir el cerrojo, pero la otra chica me lo impidió, me agarró primero firmemente la mano, para luego acariciarla suave. Era una morena de ojos marrones y sonrisa dulce, callada.

Entre tanto, la morbosa se puso detrás mía. Comenzó a acariciarme despacio, mi cintura, mi culo, mis muslos, mi entrepierna, para luego subir rápidamente a mis pechos.

Yo estaba alucinando. En un estado de atontamiento múltiple, no sabía qué hacer. Poco a poco fui cayendo en las redes de aquellas dos asalta heteros. Me dejé llevar... mientras una me acariciaba de espaldas, la otra lo hacía de frente. Todo era una imagen de cuerpos y manos hambrientas. Dejaba que me besaran, que se besaran, que me miraran. Dejaba que me tocaran allá donde quisieran, que me desnudaran…

¡Todo fue tan extraño! Tan delicioso y extraño… El cuerpo de la mujer es perfecto para el placer. Cada milímetro de piel está hecho para el disfrute.

Sus besos eran a veces suaves, otras jugosos, otras húmedos; nuestras lenguas se cruzaban en cualquier parte de nuestros cuerpos, haciéndonos partícipes de un juego único.

Besaba sus pechos sin pudor. Ellas mismas y el alcohol me lo habían quitado. Besaba todo cuanto era besable, tocaba todo lo que conocía y sabía que era digno de estímulo… Jugábamos, nos mirábamos, nos tocábamos como expertas, haciéndonos llegar al clímax mutuamente, incansablemente.

Gemidos por triplicado resonaban en mis oídos, seis manos ávidas de placer jugaban. Mi cuerpo entero estaba húmedo, vibraba con cada nueva caricia, con cada nuevo gesto.

No sé cuánto tiempo pasé en ese baño. No me lo puedo imaginar. Para mí fue una eternidad… una eternidad magnífica.
Cuando se cansaron de jugar conmigo, simplemente se vistieron, abrieron el pestillo y se fueron riendo alegremente.

Yo… tuve que quedarme un rato más sentada, para recuperarme y tomar consciencia de lo que me había pasado.
Aturdida todavía, decidí que no podía pasar más tiempo allí, que mis amigos deberían estar preocupados buscándome… así que salí aún mareadilla de vuelta a la planta de arriba de la discoteca.

Creo que mis amigos iban peor que yo, porque me uní a ellos y no comentaron nada, bastante ocupados estaban con sus cubatas y sus bailoteos de reina de la noche por un día.

En fin. Nunca renunciaré a una experiencia nueva, es lo que te aporta la vida. Pero eso sí, trataré que la próxima vez sea de una forma más consciente y premeditada, jajaja. Aunque fue una buena locura y una grata manera de descubrir mundos nuevos.
Ánimo… tal vez la próxima víctima de estas dos violadoras asalta heteros seas tú…

Lamentos de vida

Lamentos de vida Hay momentos en los que un simple quejido más allá del lamento se vuelve ternura compasiva.
Aún recuerdo la mirada perdida de mi perro, a punto de morir. Esa mirada acompañada del gemido lastimero que me encogía el alma cada día un poquito más.
Arrinconado, esperando la calma. Ese momento de quietud para siempre.
Yo le acariciaba, me tumbaba en el suelo junto a él, apoyando mi cara en su cuello. Le oía respirar, lento, pausado.
A veces veía en sus ojos esa necesidad de libertad, y movía momentáneamente el rabo mientras se acercaba a mí acariciándome con el hocico. Atrás habían quedado los juegos, las carreras y las cacerías de gallinas por el campo.

Y ahora, un suceso más vivo, más atronador. Veo a mi padre, cuidando de mi abuela.
Llorando los minutos de vida que aún resonaban en su cuerpo. Acunando a aquella que le dio la vida. Acompañándola, llenándola de esa ternura perteneciente a los que conocen que el tiempo ha de acabar algún día. Velando cada minuto compartido con ella, invirtiendo los roles establecidos tiempo atrás.
Ella, entre estertores, a veces miraba plácida a los ojos. Y el llanto, se tornaba en una gratitud mutua.