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Calavera Infernal

Derivando (7)

Derivando (7) ...respirar: las costillas rotas oprimían la cavidad torácica y los pulmones no respondían a los masajes. Rápidamente se la llevaron a la sala de operaciones, y Mario no supo nada más a partir de ese momento.

Llamó a Leire “Ven rápido, Luisa está mal, la acaban de llevar a no sé dónde porque no puede respirar”.

Leire se puso la ropa del día anterior, la que tenía más a mano, y voló al hospital saltándose todos y cada uno de los semáforos. Cuando llegó, Mario la esperaba en la puerta exterior del centro médico fumando como un poseso “Mario, si tú no fumas…”, “Alguna vez tendría que empezar, ¿no?”. Mientras subían en el ascensor Mario le explicó a Leire lo ocurrido y su sentimiento de culpa por haber dejado a Luisa sola en ese momento. Él no sabía lo que podía ocurrir, ella estaba bien cuando bajó a la cafetería, pensó que la noche ya estaba superada y que todo iba según lo previsto.

Leire trató de tranquilizarlo, “Esto hubiera ocurrido tanto con tu presencia como sin ella, si no podía respirar no podía hacerlo, en qué ibas a ayudarla tú, ¿le harías el boca a boca?, no seas estúpido y no te preocupes, lo médicos harán todo lo que esté en sus manos”.

A esas horas el hospital era un terreno desolado en el que sólo habitaban espíritus soñolientos y preocupados, no era un buen sitio, no lo era.

Un doctor llegó a ellos y les comentó todo lo acontecido en esa mañana, y el trágico desenlace, Luisa había muerto en la mesa de operaciones, básicamente fue una complicación respiratoria (todos nos morimos porque se nos olvida respirar) causada por un montón de heridas y complicaciones sufridas en aquélla brutal paliza... El mazazo fue grandioso, nadie podía esperárselo de Luisa, una mujer con la cabeza bien amueblada, políticamente correcta, sana y con mucho sentido común... ¿¿¿Cómo pudo suceder??? Esta pregunta se la hicieron un millón de veces Leire y Mario los días siguientes, las semanas y los meses después... Tal vez el resto de su vida y cada una de las veces que se hacían esta pregunta, el resultado era el mismo: MISTERIO...

Los días siguientes a su muerte, Leire y Mario pululaban por la casa en silencio, meditabundos, como si fueran fantasmas... No podían soportar aquel hecho, por muy mal que hubieran estado sus relaciones con Luisa... no podían aceptar su pérdida y menos de una forma tan ridícula e infantil... Su funeral fue algo agobiante: Sus familiares, el cura, los amigos y ese lugar que parece una ciudad más que un lugar de descanso (la ciudad de los silenciosos, la llaman algunos) Leire no pudo aguantarlo más y lloró, lloró tan amargamente... tan desconsoladamente que el silencio existente en aquél lugar tomó otra dimensión... Mario por contra se comía la rabia, una rabia de impotencia y odio: LA RABIA...

Su relación no fue la misma desde entonces, Leire buscaba a Mario, pero Mario se escondía en su trabajo, en sus proyectos, intentando huir desesperadamente de la idea... del RECUERDO...

Por su cabeza no dejaba de rondar la idea de la venganza, planeaba situaciones disparatadas que luego quedaban en nada. Proyectaba noches de navajas y puños en callejones remotos, sangre en las aceras y una imagen inexacta de su cuerpo tendido en el suelo. El cuerpo parecía inmóvil junto a otro de grandes dimensiones completamente bañado en sangre.
Soñaba esa escena noche tras noche y se levantaba empapado en sudor y con un regusto metálico en la garganta. Leire se hacía la dormida, pero notaba perfectamente el levantarse de Mario, sus pasos hacia el baño e imaginaba su rostro hundido en el lavabo chorreando agua por todo el suelo. Mario necesitaba ayuda, ella era psicóloga, ¿por qué no podía acercarse él y hablar del asunto con naturalidad?.
Mario rehusaba su contacto, sus ojos se tornaron amenazadores y distantes, la traspasaba con la mirada, no la miraba a ella, miraba a través de su cuerpo intentando encontrar algo, procurando hallar no sabía qué cosa.

De este modo pasaban las horas, los días, sin palabras, sin caricias. Mario perdido en su universo informático y Leire mirando ese cuerpo que divagaba por otros lugares y se refugiaba en lo indefinido de la pantalla.

Una noche, Leire escuchó a medias una conversación telefónica de Mario. Hablaba de algo urgente, de un objeto que necesitaba con premura, ¿de un archivo?, ¿de un arma?. Cazaba las palabras al vuelo, leves, se le escapaban algunas y trataba de reconstruir ciertos términos técnicos sin resultado. No sabía de qué trataba la conversación, pero Mario la terminó muy nervioso dando un puñetazo sobre la mesa y maldiciendo su suerte.
¿Qué podía hacer ella si él no se dejaba ayudar?, no lo podía obligar a que la atendiera, no lo podía obligar a seguir un tratamiento, sólo podía esperar a que esto se resolviera de la mejor manera haciéndole las cosas más fáciles.

Pasó un mes después de la muerte de Luisa, Mario había comenzado a reconducir su conducta hacia su trabajo, y Leire comenzó a tranquilizarse, relativamente... Se pasaba horas muertas en su estudio con el ordenador... Una noche llamó a Leire a su despacho... A Leire le hizo mucha ilusión, tal vez aquélla fuera la primera fase de una posible solución, entró con mucha ilusión, aunque con cierta angustia en el despacho de Mario... Mario la vio y la invitó a sentarse, Leire le sonrió con dulzura y Mario le devolvió la sonrisa, Leire empezó a pensar que aquello iba por buen camino... Mario comenzó a hablar: "Lamento mucho haberte ocasionado tantos problemas y angustias...

(continúa)

2 comentarios

Jimul -

Se hace lo que se puede, white, se hace lo que se puede...

white -

sabes como enganchar ¿eh?