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Calavera Infernal

CON LOS PIES MOJADOS

CON LOS PIES MOJADOS Cuando Gádor Ruiz salió por la mañana de su casa, partiendo hacia la aventura más excitante de su monótona vida, no podía imaginar que la encontrarían muerta horas después, en la cama de un hotel barato de playa.

“Estaré en la habitación 512, Hotel Virgen del Mar, el sábado a las doce. Te esperaré desnuda metida en la cama. No digas nada, no me hables, sólo acuéstate a mi lado y hazme tuya. Te deseo con todas mis fuerzas, Angelus. No te retrases… Mariel_22”

Angelus metió la llave despacio en la cerradura de la habitación 512. La puerta se abrió con un ruido metálico, invitándole a pasar. La habitación estaba a oscuras con las persianas bajadas. Un espeso cortinaje doble terminaba por trasformar la claridad exterior en la más negra de las penumbras. Avanzó casi sin posar sus pies en el suelo por el estrecho pasillo que separaba el pequeño recibidor de la habitación. Oyó el sonido del goteo del agua a su derecha y aspiró el aroma del jabón mezclado en vapores aún tibios, flotando en el ambiente a su paso por el baño. Supo que Mariel ya estaba allí.

Mariel yacía en la cama, tal como habían acordado en el último e-mail, echada sobre el lado derecho, vuelta hacia las cortinas. La silueta de su cuerpo desnudo insinuándose sensualmente bajo las sábanas, fue apareciendo ante sus ojos con suavidad. Se quedó mirándola hasta que las imágenes se hicieron nítidas, intentando grabar en su memoria aquella visión. La había imaginado de todas las maneras posibles, incluso recordó el tono de su voz, sin haberla oído nunca. Pensó con alivio que era un tipo con suerte.
Se descalzó. Desabrochó el cinturón de cuero con parsimonia, los botones de sus vaqueros fueron abriéndose uno a uno sin oponer resistencia. Al bajarlos por sus caderas se cayeron las llaves del bolsillo, estrellándose en el suelo de gres en un inesperado estruendo. Mariel sonrió a las cortinas sin dejar de mirarlas. El momento de su encuentro estaba próximo. Un ligero estremecimiento la sacudió de arriba abajo erizándole el vello de todo su cuerpo.
Angelus dejó los pantalones doblados en un banco al lado de la cómoda, le siguieron la camisa y la ropa interior, en un perfecto ritual armónico y silencioso.
El siguiente paso para Angelus, era avanzar hacia la cama y meterse en ella. No hablar. No decir. Sólo el murmullo de su pecho nervioso y la respiración aparentemente tranquila de ella.
Sus movimientos eran lentos, en un intento de retener ese placer extraño que le producía aquella situación tan inusual y emocionante a la vez.
Por un segundo pensó en su familia, pero desechó la idea de inmediato. No había llegado hasta allí para empezar ahora con batallas mentales sobre moralidad y conciencia.
Decidido, se metió en la cama y se acercó a Mariel, rozándola por la espalda, aspirando el aroma de ese cuerpo tan frágil al abrigo de la oscuridad. Pensó que olía a deseo y carne tibia. Sintió como un escalofrío el calor suave que emitía su cuerpo. Aún tenía los pies mojados por el baño.
Comenzó a besarle la nuca, en un susurro de aliento. Muy bajito, olvidando su pactado silencio, le balbuceó al oído:

-Vuélvete hacia mí…

Mariel se incorporó de golpe sobre la cama, respondiendo a sus palabras con una reacción desproporcionada, como si aquella voz proviniese del mismísimo infierno. Entonces, sus ojos fueron capaces de encontrarse en la semipenumbra.

Cuando Ramón Coca salió por la mañana dispuesto a partir hacia la aventura más excitante de su monótona vida no podía imaginar que, horas después, estaría sentado en el sofá de su casa, hablando con la policía sobre la muerte de su esposa. La encontraron en la habitación de un hotel barato de playa, con un fuerte golpe en la cabeza y signos de lucha.
Destrozado y abatido por el dolor, no pudo precisar si notó algo extraño en Gádor aquella mañana ni si tenía amistades ajenas a él.
Ante la pregunta cautelosa de uno de los policías sobre la sospecha de la existencia de un amante de su mujer, Ramón negó en silencio, recordó los ojos de Mariel aterrados al descubrir en la penumbra la mirada conocida de Angelus, tomó el poco aire que le cabía en los pulmones con un esfuerzo desmesurado y con voz débil y ausente murmuró:

- Todos somos unos perfectos desconocidos…

5 comentarios

white -

es que el destino nunca te avisa, te atrapa y juega contigo allá donde estés.
Enhorabuena. Sabes que me gustó mucho.

Jimul -

Nadie a estas alturas puede dudar del talento de Merche... Por eso está aquí, en este Infierno, en el que este sencillo calavera, da las gracias a ella, y a cada uno de vosotros por participar tan activamente...

Goreño -

Me ha gustado mucho, paisana, especialmente la agilidad que imprimes en la prosa; aunque debo reconocer que el trágico final me daja mal sabor de boca. Por lo demás, muy bueno.
Besito

Goreño -

Me ha gustado mucho, paisana, especialmente por la agilidad que impimes en la prosa; aunque debo reconocer que el trágico final me deja mal sabor de boca.
Un besito

Pablo -

Ya sabes que me gustó, pero te lo repito, que nunca está mal leerlo de nuevo.

Un abrazo.