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Calavera Infernal

Diario Calavera : A las 11 en Roca

Diario Calavera : A las 11 en Roca Hoy, 31 de marzo de 2005, es el último “A las 11 en Roca”. Apenas cinco minutos me separan de la hora establecida desde hace tanto tiempo que el olvido ha sepultado en mi recuerdo, en nuestro recuerdo. Cinco minutos y todas nos reuniremos por última vez como homenaje a esa pareja tan entrañable que nos ha acompañado durante nuestro caminar en la vida.
Roca siempre ha sido una institución en nuestro pueblo, en Morata de Tajuña, su bar amanecía cuando el día aún no había despertado. El primer café de la madrugada, de esa mañana incipiente era en Roca. Tantas legañas abandonadas en esa barra con solera de lustro; tantos cafés servidos como dulce brebaje que te induce a abandonar los brazos de Morfeo y echarte de cabeza, un día más, a la vida, al trabajo; tantas conversaciones escondidas tras las grietas que encallecen las manos siempre atentas de José, porque Roca es José, José para los amigos que jornada tras jornada vencen el sueño a base del mejor café, amigos que despliegan sus brazos estirándolos hasta el infinito en un ritual repetitivo que les acerca a la cantera, al horno o al campo. José siempre da los buenos días con su humeante café a quien se acerca hasta la plaza.
Pero este José no es el que conozco yo, ni el que conocen las demás. Nuestro José, nuestro Roca abre sus puertas, sin haberlas cerrado, temprano para nosotras, casi a mediodía para él.
Estoy en la puerta contemplando la entrada que se franqueará por última vez y vuelvo la cabeza atrás en el tiempo en que mi hijo Alberto era una mancha de chocolate y apenas se distinguían sus enormes ojos color caramelo. Roca no fue nuestra primera opción. Nos reuníamos en otro bar, también en la plaza, pero cerraba los miércoles. Lo que teníamos muy claro es que los miércoles no íbamos a renunciar a nuestra reunión diaria. Aún recuerdo cómo cada mañana dejábamos a los niños en la guardería, ó en el colegio y como si nos salieran alas en los talones, aligerábamos el paso para tomar ese café, que no era el primero del día, pero sin duda el que más nos reconfortaba. Los miércoles empezamos a recorrer otros bares, alguien propuso ir a Roca, su café era exquisito. Por qué no, dijimos. Roca era serio, adusto, educado, silencioso, atento pero nos parecía distante. Por supuesto el servicio que nos ofrecía era impecable. El segundo miércoles ya sabía cómo tomábamos el café cada una: Cortado, con leche muy caliente, con leche fría, con azúcar, con sacarina, leche muy caliente en invierno y templada en verano, sacarina de sobre, sacarina en pastillas. Hasta doce cafés, cada uno con su variación. Llegó un verano y cerraron nuestro bar habitual, para entonces en Roca nos íbamos sintiendo como en nuestra casa. Pilar, la mujer de José, se acercaba con una sonrisa a saludarnos y compartir parte de nuestro tiempo y Roca se iba transformando con cada nuevo café servido. Su semblante dejó de ser serio, la sonrisa anidaba en su boca, su gesto fue dulcificándose, o eso pensamos nosotras. Con el tiempo llegamos a descubrir que su severidad era timidez y que el calor que recibíamos con cada nuevo café había sido imbuido en su propio espíritu con el café servido el día anterior.
Cinco minutos y todo concluirá. Pilar está triste, lo sé, lo intuyo a través de los cristales tan límpidos, tan transparentes como sus almas que iluminan la vida de color de luz, de esa luz que hoy dejará de entrar por sus ventanas. Para ella es como si su vida acabase al cerrar la puerta y despedir al último cliente. Toda la vida, toda su vida ayudando a José que impertérrito veía pasar los años desde su atalaya situada tras la barra de su café.
Cinco minutos y entraré, entraremos por última vez y nos sentaremos en nuestra mesa junto al ventanal que mira a la plaza. Sé que nada desaparecerá aunque haya otros brazos tras la barra, aunque haya otra barra o incluso aunque las puertas no se abran de nuevo jamás. Nuestros espíritus, nuestra historia, nuestro caminar en la vida, que cada día se detenía a las 11 de la mañana, permanecerá eterno mezclado entre el humo de nuestro recuerdo, nuestras voces permanecerán en las grietas de la madera ajada, resonarán en nuestra mente y en nuestro espíritu el resto de nuestra vida.
Entre sus paredes hemos sido dichosas con cada nueva vida anunciada, con cada año cumplido, con cada dulce saboreado, hemos sido una y hemos sido varias, Lloramos con la ausencia y la homenajeamos con un café a las 11 el día que nos decía adiós, un nudo en el ánimo quebrado de abandono, de exilio obligado por la propia naturaleza impedía que ese café atravesara nuestra garganta rota por el llanto contenido, que se hiciera comunión con ella, pero debía ser así. Ella lo entendió allá donde se encontraba.
Cinco minutos, apenas cinco minutos. La vida corre en cinco minutos, han pasado casi 15 años. El chico de la cara de chocolate dejó de ser un niño, las vidas anunciadas se mecen en columpios de vértigo producido por años que aceleran su paso. El tiempo no se detendrá, volveremos a otros bares, descubriremos nuevas vistas pero en nuestro recuerdo, en mi recuerdo siempre estará Roca sirviendo ese café a Las 11 de la mañana.

7 comentarios

Pablo -

¡Por fin logré leerlo! hay que ver.. una cosa tan buena en mis manos desde antes de publicarse aqui y a mi se me va pasando....

Preciosa descripción de momentos cotidianos, white.

Un abrazo.

Goreño -

Extraordinario relato y precioso homenaje, White, se sentirán orgullosos de ti. Besitos

Merche -

Tu texto ayer, a las 6 de la mañana consiguió mantenerme despierta.
Un regalo precioso para los dueños del bar.
Besito

white -

gracias jimul por abrirme de nuevo tu casa infernal y por ese café que es muy parecido al que cada mañana tomamos en Roca.
Gracias Octavia y Perseida por leerme y dejar vuestros comentarios.

Perseida -

Maravillosa descripción de ese recuerdo que quedará para siempre. Besos White.

Jimul -

Se entiende perfectamente, alguna vez (más de una) nos hemos visto en situaciones parecidas. Siempre sin saber qué decir o qué hacer. Al menos el recuerdo y la esencia de los ausentes siempre permanecerán en nosotros. Besos

Octavia -

White...5 minutos y un recuerdo que ahora me parece compartido , así de bien lo cuentas ;ese dolor me ha dejado un nudo en la garganta .
Un besazo .