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Calavera Infernal

Derivando (22)

Derivando (22) "Mario, no te preocupes, además mañana tengo un trabajo horroroso, he de arreglar unas cuestiones personales, por cierto, podrías dejarme tu coche, el mío ya sabes que está estropeado"... "Por supuesto las llaves ya sabes donde están...” “Quédatelo el tiempo que lo necesites... Cariño aún te quiero"...

Y diciendo esto una lágrima le recorrió la mejilla, no podía ser: LA PESADILLA SE HABÍA HECHO REALIDAD... Carol lo había oído todo desde la cama, y en cierto modo se sentía culpable por varios motivos: Por no haber podido mantener una relación así con nadie en su vida... Por ser la causante de la ruptura de una relación así...

Mario volvió a oscuras a la cama, medio llorando... Carol lo estaba oyendo, no podía soportar tanto sufrimiento... Así que lo abrazó lo más tiernamente que supo... Y así se quedaron juntos durante el resto de la noche...

Eran las 8 de la mañana un ruido de sirenas despertó a Mario, sudoroso se levantó, a duras penas se puso la ropa; y como alma que lleva el diablo salió por la puerta... Carol sólo acertó a decir ¿dónde vas?... Mario presentía algo muy desagradable, y tenía que ir a comprobarlo... Agarró un taxi al vuelo y le rogó que fuera lo más rápido posible a la C/ La Felicidad, 25... En 5 minutos se presentaron allí... Dantesca imagen que allí pudo observar... Decenas de policías, ambulancias, bomberos y hasta un coche fúnebre... Era la casa de Leire... Mario entre manotazos se hizo paso y logró llegar hasta los restos de su coche, Leire había inundado con sus restos la calle... Su vida ya no estaba entre nosotros... Varios agentes de policía tuvieron que agarrarlo y quitarlo de entre ese amasijo de hierros...

Mario cerró los ojos muy fuerte para imaginar que eso no estaba sucediendo, que al abrirlos todo sería normal, incluso la noche pasada sería irreal... Estaría esperando a Leire, que saldría preciosa del portón para reunirse con él en la acera. Leire daría un beso a Mario y se despedirían para irse cada uno con sus asuntos del día. Ella lo miraría a lo lejos y Mario sentiría los ojos de Leire clavados en su espalda, pesando sobre sus hombros.
Todo era un caos... La gente agolpada no dejaba de preguntar... Corrían todo tipo de rumores, desde terrorismo a narcotráfico... Las cámaras apuntando indiscretas al cuerpo tapado... Los periodistas entrevistando a los testigos... Alguna vecina llorando como una absurda plañidera: “Era una persona estupenda, no sé por qué alguien ha sido capaz de esto”...
Mario parado, con los ojos entreabiertos, la lágrima a punto, las manos temblorosas. Parado en medio de esa desesperación que lo convertía en un ser impotente... En una especie de observador inactivo... de espejo... de mirón... de turista frente a la torre de Pisa.
De repente se oyó un grito desesperado de entre la concurrencia... Mario en el suelo... Apuñalando el asfalto con sus manos... Llorando como un niño. Alrededor no había nada, silencio... Los relojes se pararon.
Luisa y Leire, las dos... La misma, relegadas al recuerdo... desgajadas... amortajadas... sucumbiendo al abismo de esa blancura eterna, del dolor que va a mancillar todas las noches de mi vida, que va a robar todos los sueños de todas y cada una de mis noches. Muertas las dos ya no hay nada... Muertas las dos es el fin... Muertas ambas ya no puedo más... Muertas ellas ya no estoy yo. Muertas, muertas, muertas, muertas... quiero morir. Soy yo el que lo pide... Quiero morir ahora, ¿me oyes?... Quiero que me lleves donde estén ellas... Lo exijo, soy responsable... Haz callar a la plañidera y luego mátame.

Mario no era consciente de que estaba en la comisaría... Su rapto de locura había dejado perplejo incluso a aquél comisario viejo, curado de espanto de tantas atrocidades... Incluso a los propios “trabajadores” que pusieron la bomba, les habría afectado... No se sabe cuánto tiempo estuvo en ese estado Mario... El comisario, no soportaba más ver sufrir así a un ser humano, así que ordenó que lo ingresaran en el hospital, en observación...

La huella que dejó en comisaría fue imborrable, incluso los cacos y las víctimas de violaciones se avergonzaban de sus miserias... Era imposible ver tanto dolor junto en un hombre... Eran las 10 de la noche cuando Mario fue ingresado en el ala de psiquiatría del hospital... Muchas veces había ido últimamente, alguna como paciente... Pero realmente ahora era cuando Mario realmente necesitaba de sus servicios...

Era el 7 de diciembre, la capilla de la iglesia de aquel barrio se llenó, se abarrotó... Saben, uno nunca sabe la huella que deja entre la gente hasta que no se muere. Demasiado tarde para averiguarlo entonces... Leire había dejado un rastro increíble: Pacientes, familiares, amigos, compañeros, más amigos, gente sencilla, poderosa, y algún que otro cantamañanas que debía ir porque las circunstancias lo exigían o había forzado las circunstancias...

Era un día especialmente gélido, y el viento quería deshacer las huellas de aquel día... No podía, Leire era imborrable, como todo espíritu libre que se cruce en esta vida...

Mario por el contrario estaba tendido en la cama, inmóvil con los cinturones de seguridad, que rodeaban su cuerpo (para que no se hiriese) aún inconsciente, de vez en cuando una ligera convulsión recorría el cuerpo... Era como si sintiese el entierro definitivo del cuerpo de Leire, que no del espíritu...

2 comentarios

white -

me sigue gustando, pero cada vez más

Goreño -

Desgarrador y emotivo texto, y sobre todo bien contado y con clase. Muy bueno, Jimul