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Calavera Infernal

EL DRAGÓN Y LA SIRENA

EL DRAGÓN Y LA SIRENA EL DRAGÓN Y LA SIRENA

Desde el mirador de la sirena la brisa me transportaba más allá, cerca de ti, perdida en el infinito de un horizonte sin más límite que el de una realidad difusa que iba y venía sin orden ni ritmo. Sin espacio, sin tiempo definido, todo me acercaba y todo me alejaba de ti. En el infinito te oía, te percibía tan cerca de mí como la brisa que me acariciaba la piel refrescando la sensación calida que tu recuerdo provocaba en mí. Perdida en unas voces apenas perceptibles para un alma añorante; confundida con el rumor de un mar que en la cercanía se hacía tan lejano. Con la amarga separación todavía en los labios era incapaz de oírlo.
El rumor se transformaba en voces, voces que se confundían con el oleaje cada vez más intenso, con la brisa que reclamaba mi atención y me encauzaba hacia aquel lugar, hacia tu lugar ese en el que morabas sin ser apenas perceptible. Llevaba más de una hora inmóvil, asida a la barandilla, temiendo que un movimiento me transportara a la dura realidad de tu ausencia, allí hundida en mis sensaciones no era capaz de alzar la vista más allá de mí misma y seguía sin verlo, a pesar de sus esfuerzos por acercarse. Quizás hizo detener el tiempo, quizás me había transportado a otro lugar, tan lejano, tan inverosímil, donde convivían seres fantásticos, mitológicos, seres solo reales en la imaginación pero que una vez escaparon de su encierro y sus ansias de libertad les llevó a un mundo donde la decepción, las falsas ilusiones, los fracasos reinaban, dando caza y anulando a los seres de noble corazón que llenos de vida se adentraban en aventuras imposibles. Entonces lo vi. Estaba rígido, su figura apenas perceptible se hizo realidad para mí. El dragón se apareció ante mí en todo su esplendor: grande, poderoso, distante... y sobre todo inmóvil, con la mirada fija en ese infinito que había sido mi compañero hasta ese instante. Estaba ahí, había estado todo el tiempo pero nadie lo veía. Transformado en roca pasaba desapercibido, como si no fuera parte de la existencia, como si de un accidente de la naturaleza se tratase, pero ahí en la inmensidad de mi desesperación se hacía patente para mí.
Una vez que posé mis ojos lánguidos sobre él, ya me era imposible desviar la mirada. Sentía como si algo nos uniera, algo más allá del espacio, del tiempo, de la existencia misma. Algo en mi interior conectaba con él. Sentí como se iba despertando de un sueño que lo había tenido alejado años, siglos... el tiempo se escurría entre sus escamas vertiéndose en la inmensidad de un mar que le daba cobijo apartándolo de la realidad. Me pareció como su cuello, que hasta ese momento había estado cubierto por las aguas verdes que camuflaban su existencia, se movía lentamente haciéndose presente en una realidad de la que había huido sumiéndose en el olvido. Giró la cabeza y me miró con la mirada perdida de aquel que tanto había padecido, de aquel que una vez decidió alejarse de la vida desapareciendo, sin dejar más huella que una breve estela apenas perceptible en el mar y solo por aquellos que habían sufrido tanto como él.
La visión de su majestuosa cabeza me hizo olvidar mi propia realidad acercándome a un ser que a fuer de ser temible me parecía indefenso. Quise conocer su historia y le pregunté. Las palabras brotaban lentas, olvidadas, extraviadas entre unas cuerdas vocales que poco a poco iban recuperando un tono y un timbre que solo yo podía percibir.
Él era un dragón y se había enamorado de una sirena. Delay, que así se llamaba la sirena, era la más bella de entre todas las sirenas que habitaban el mar. En un tiempo en el que solo la ilusión existía, cualquier criatura podía aspirar a cualquier deseo.
Su amor no solo se lo disputaban las criaturas del agua. Muchos marineros habían oído hablar de ella y se adentraban en las tormentas más terroríficas para encontrarla. Se decía que ella se divertía con los naufragios de aquellos que intentaban acercarse. No tenía corazón, solo su afán de ser más alimentaba su existencia: la más bella, la más deseada, la más ambiciosa, la más... No tenía límites y no ponía límites a sus deseos. Cuando se encaprichaba con algo no paraba hasta que lo conseguía. Su fama se extendía a la par que sus caprichos. Ella se vanagloriaba de conseguir todo lo que deseaba por muy difícil o por muy caro que costase.
El dragón era un ser noble, su vida estaba impulsada por la constante ayuda hacia los demás. No era un charlatán que contara historias para entretener ni chistes para alegrar la vida de sus semejantes. No era el líder al que todos seguían en sus correrías pero a pesar de todo era muy querido entre todos los dragones. Fue un error, él jamás debió estar allí, el agua nunca le había atraído pero sobrevolando su territorio, inmerso en sus pensamientos se fue alejando más y más hasta que el rumor de unas olas que no conocía, el olor de un mar impensable hasta entonces lo atrapó en una red de sensaciones que le hizo olvidarse de sí mismo y traspasar unos límites que significarían su fin sin poderlo evitar. Entonces lo oyó no era el rumor de las olas, era algo más cálido, más intenso, más profundo, algo que traspasaba el ser rompiéndolo en mil pedazos que con la siguiente nota se volvían a separar para de nuevo volverse a unir con más fuerza para no perderse en el rumor y adentrarse en ese canto que embrujaba, que embriagaba y del que cada vez se necesitaba más para continuar respirando, para continuar viviendo. Desde ese momento supo que sin ese canto la vida no tendría sentido para él. No sabía de dónde venía, se estaba haciendo de noche y debía regresar. No importaba, pensó, al día siguiente lo localizaría.

3 comentarios

Octavia -

Como siempre , lo que escribes me deja en blanco y no sé qué decir ¿por qué será ?...

white -

está bien, no sé que ha pasado con mi dragón, se convirtió en piedra invisible

Jimul -

White, a tu texto le he puesto esta imagen, no hay ningún problema si quieres cambiarla, la saqué de Google. Espero que no te disguste demasiado.